Umberto Eco. Foto: Sergio Siano, difusion
El príncipe Umberto
Eco cumple 80 años.
En los años 60 revolucionó la teoría del arte y en los 80 inventó un nueva forma de hacer novelas bestseller: pocos pueden competir con Eco en cuanto a habilidad y gracia para mezclar erudición y cultura popular. Figura fundamental del ambiente intelectual de la segunda mitad del siglo XX, hoy el medievalista, semiólogo, productor televisivo, columnista periodístico y narrador (entre otras cosas) festeja 80 años de vida.
Después de que uno se licencia como filósofo, ¿cuál es el siguiente paso profesional? Para Eco -y para su compañero de carrera Gianni Vattimo- fue dar un concurso para entrar en la televisión estatal italiana. Ambos pensadores trabajaron en la RAI desde 1954 hasta fines de la década, y para Eco -que llegó a revisar guiones de El topo Giggio- el conocimiento de un medio masivo desde adentro sería un gran complemento a su formación como especialista en estética medieval.
"Tomás de Aquino me curó milagrosamente de la fe", diría después Eco para referirse a aquellos años en que, a la vez que preparaba su tesis sobre el santo cristiano, se separaba de la Juventud Católica, en la que había militado y ocupado cargos de alcance nacional. También los 50 serían los años en que se separó de su maestro, el existencialista cristiano Luigi Pareyson. "Fue fundamental, aunque difícil. Si uno se fija, todas mis novelas son como un Bildungsroman: hay un joven que aprende del vínculo formativo con un anciano. Por eso soy profesor y sigo en contacto afectuso con mis estudidantes", contó Eco hace una semana a Antonio Gnoli, de La Republicca.
Pero faltaba mucho para que el muchacho nacido en 1932 en la ciudad piamontesa de Alessandría (o sea, Alejandría: inevitable la referencia a la biblioteca más famosa de la Antigüedad) se dedicara a escribir ficción. Todavía estamos en 1962 cuando, con treinta años, Eco retomaba su carrera académica para imprimirle un giro dramático: pasaba a ocuparse del lenguaje de las vanguardias artísticas.
Obra abierta, el libro en el que plasmó esas ideas, conquistó un lugar central en la nueva teoría literaria que emergía por esos años en Europa -especialmente en Francia, de la mano de los estructuralistas- y con él se adelantó a los críticos que volvían a considerar al lector como un actor fundamental en el proceso literario. Partiendo del Ulises de Joyce, pero también de compositores como el alemán Karl-Heinz Stockhausen, Eco proponía que no solamente había un tipo de arte cuyo ensamblado contemplaba variaciones estructurales, sino que además sostenía que las obras de arte tradicionales también podían ser apreciadas de la misma forma.
Pero, como otros grandes pensadores, Eco supo, con el tiempo, desdecirse o poner coto a algunas de sus afirmaciones más radicales: en 1990 apareció Los límites de la interpretación, en que explícitamente quitaba algunos privilegios a la figura del lector y advertía sobre los peligros de la sobreinterpretación.
Integrado, a mucha honra
Con Obra abierta habría alcanzado para hacerle a Eco un lugar en la historia de la teoría (y es posible que en el correr del año también se festeje el medio siglo de estos ensayos). Pero la variedad de intereses del académico italiano tal vez sólo sea comparable a la del marxista británico Raymond Williams (el fundador de los estudios culturales) y en 1964 publicó Apocalípticos e integrados, en el que se ocupaba de la cultura de masas. Discutía con el estadounidense Dwight McDonald y detectaba una de las claves del modernismo: la tensión entre arte de elites y cultura popular. Al mismo tiempo, demostraba que él mismo era uno de los puntos de sutura al inaugurar los estudios académicos sobre la historieta, una de las pasiones que adquirió en la infancia y que no ha abandonado.
Vinculado a los neovanguardistas italianos del Gruppo 63, hacia fines de la década del 60 el interés de Eco por los Estados Unidos comenzó a ser correspondido, y de esa época es su ensayo "Para una guerrilla semiológica", en el que cuestionaba la omnipotencia del medio propuesta por Marshall McLuhan y sugería nuevas formas de influir en la opinión pública.
Además de un pensador original, Eco es un gran divulgador. En este plano, ha sido uno de los grandes difusores de la semiótica, pero también es recordado por millones de estudiantes universitarios que le agradecen haber escrito Cómo hacer una tesis.
Detective erudito
Ineludible para la academia, Eco se ocupaba de la cultura popular, pero él mismo no era parte de ella. En 1980, eso también cambió. La aparición de El nombre de la rosa le demostró a la industria editorial que se podía obtener un éxito de ventas con una obra plagada de referencias históricas y literarias. Con la novela, Eco consiguió no sólo un triunfo comercial, sino también unir, una vez más, los múltiples universos que lo atraían: el arte medieval, la llegada de la mentalidad científica y renacentista y los avatares del cristianismo en Europa son amalgamados bajo la propuesta narrativa más simple y más efectiva -la del policial-, a la vez que, como ya se vio, construye un relato de relación discípulo-maestro.
Además, El nombre de la rosa significó el inicio de un subgénero que, aunque tal vez agotado artísticamente, sigue dando frutos económicos y recibiendo premios: qué otra cosa que copias baratas de la novela de Eco fueron El código Da Vinci, de Dan Brown, En busca de Klingsor, del mexicano Jorge Volpi y Una investigación filosófica, de Philip Kerr. El propio Eco retomaría su fórmula "investigación detectivesca más despliegue erudito" en 1988 con El péndulo de Foucault, en el que el universo a explorar era el de la cábala y el esoterismo. Pero allí, con sus personajes que se ahogan en un infinito de claves a descifrar, el italiano también estaba elaborando artísticamente lo que venía pensando sobre los excesos de la sobreinterpretación.
Ninguna de las novelas que escribió Eco después consiguió tanta aclamación crítica y popular como el par inaugural, y la última, El cementerio de Praga, viene siendo masacrada casi unánimentmente. Estos descuidos literarios, o su inercial trabajo sobre el fenómeno de los catálogos (El vértigo de las listas), tal vez hayan contribuido a la idea de que Eco es una figura en decadencia. Pero si se siguen sus contribuciones para la prensa italiana, se verá que es un observador lúcido de la realidad contemporánea que sabe reconocer en qué temas le es difícil estar al día.
En todo caso, su festejo de cumpleaños no será multitudinario: por estas fechas suele tomarse vacaciones familiares en un antiguo convento jesuita. ¿Retiro espiritual o guiñada para los fans de Adso de Melk?
José Gabriel Lagos
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