Luces y sombras de la vida de Alfredo Zitarrosa
Jorge Boccanera
El uruguayo Alfredo Zitarrosa, de amplia popularidad dentro y fuera de las fronteras de su patria, y con una vocación artística precoz -dotado tanto para la música como para la literatura- no tuvo una vida placentera, según se desprende del libro "Alfredo Zitarrosa.
La Biografía", del periodista e investigador Guillermo Pellegrino.
El libro, editado por el sello Continente dentro de sus Cuadernos de Sudestada, hace un repaso de su llegada a la canción, así como de sus incursiones como locutor, periodista y actor; una vida rica en amistades, pero también con angustias exasperadas en momentos de soledad, primero, y luego en sus largos años de exilio político.
El cantante, nacido en 1936 como hijo natural de Jesusa Blanca Nieve Iribarne, fue anotado como Alfredo Iribarne, pero pronto llevó el apellido del matrimonio al que la madre le encomendó su cuidado: Duarte. Así, padeció un sentimiento de abandono, y aunque como cuenta Pellegrino: "su madre lo veía de vez en cuando, tuvo con ella una extraña relación de amor y odio".
Tanto ese distanciamiento como el ignorar la identidad de su padre, resintieron su personalidad: "Influyó en gran medida. Creció con ese inmenso dolor de ver que quien le diera la vida se desentendió de su persona. Alguna vez dijo: `Yo podría haber sido un niño de asilo`" "Ahí hay un problema de identidad", dice Pellegrino en relación a ese joven que a los 16 años había portado tres apellidos: el "Iribarne" inicial, luego "Duarte" y el definitivo "Zitarrosa" que adopta en 1952 tomando el apellido de un argentino casado en ese entonces con su madre.
En el reverso de las penas está la fuerte vocación artística evidenciada en el actor que monta obras de teatro con sus amigos, el cantor precoz que interpreta temas de José Mojica, el escritor que garabatea poemas y lee a Borges, y el locutor que presenta en el auditorio de radio El Espectador a artistas como Eduardo Falú, Edmundo Rivero y Julio Sosa.
Pellegrino habla sobre las circunstancias que hicieron que Zitarrosa optara por la canción: "Habría que rastrearlo ya adulto, en aquel lejano 1964 cuando casi por casualidad debutó como cantor profesional en Perú; es cuando vislumbra al canto como un medio de vida en momentos difíciles; eran tiempos en que andaba buscándose a sí mismo".
Tiempos en que Zitarrosa deambula por países latinoamericanos: en el 60 vive seis meses en la provincia de Córdoba y hacia mitad de la década en Perú y Bolivia.
"Con veintiocho años -añade Pellegrino- quería encontrar su camino. Su intención era ir dejando de a poco la locución y el periodismo -llegó a escribir en el mítico semanario `Marcha`- y sentía que estaba para cosas más trascendentes".
De la relación con la literatura -por fuera de las letras de canciones- hay estos datos: en 1959 obtuvo el Premio Municipal de Poesía por su libro "Explicaciones" y en 1988 publicó su libro de relatos "Por si el recuerdo".
"Hace unos meses salió un libro suyo que permanecía inédito: `Sonríe muerte`; y tengo entendido que hay muchos otros textos suyos que aún no han pasado a ser letra impresa. En una oportunidad le confesó a su amigo, el escritor Enrique Estrázulas: `hubiese querido ser poeta, pero el cantor copó la parada`. Su sueño era ése: ser poeta".
Y lo fue de algún modo. Lo dice Pellegrino cuando asegura que Zitarrosa logró reunir en su arte poesía y música: "Sin renunciar a nada, ya que muchos de sus textos se sostienen sin apoyatura musical. Él robusteció ambas disciplinas, y sus poemas musicalizados pudieron tomar contacto con un público masivo".
En el jurado que lo premió con el Municipal, figuraba un escritor que con el tiempo iba a ser su amigo: Juan Carlos Onetti; la biografía menciona a otros amigos cercanos como el escritor uruguayo Enrique Estrázulas, el poeta peruano César Calvo y varios de los guitarristas que lo acompañaron en sus presentaciones, como los argentinos "Caíto" Díaz y Delfor Sombra.
El autor de "El violín de Becho", "Agadio en mi país", "Stefanie", "Si te vas", "Zamba por vos", "Guitarra negra" y tantos éxitos, hacía un culto de la amistad: "Era muy amiguero -acota el biógrafo-, disfrutaba muchísimo de la charla, compartir un asado o jugarse un truquito".
La estrecha relación de Zitarrosa con Argentina se inició en 1960 en Córdoba; en 1966 se presentó en el festival de Cosquín y cuatro años después haría su gran entrada en Buenos Aires en el teatro ABC.
El cantor que debutó en Perú con "La zamba de abril" del "Chango" Rodríguez, a quien nombraba entre sus maestros junto a Atahualpa Yupanqui, fue desde siempre un autor reverenciado en nuestro país.
Por las páginas de "Alfredo Zitarrosa. La Biografía" cruza un hombre a ratos parco y reservado y en otros expresivo y generoso; su militancia política, la prohibición de sus temas en el Uruguay de inicios de los años 70 y un exilio de más de ocho años por España y México.
También el retorno triunfal, apoteósico, cuando un 31 de marzo de 1984 emprendió el regreso y una multitud lo aguardaba vivándolo en el aeropuerto.
Para Pellegrino, el cantor que decía preferir la milonga por sobre otros ritmos, y que se definió con la frase "Yo siento lo que la gente siente", fue un hombre consecuente con un ideario cercano: "A José Artigas, quien siempre luchó para que lo más infelices fueran los más privilegiados. Zitarrosa soñaba con la justicia social".
Un episodio ocurrido en diciembre de 1988 -apenas unos días antes de su deceso- reenvía nuevamente al tema "identidad": Zitarrosa viajó a Buenos Aires y tras visitar unos amigos decidió inesperadamente regresar a su país. A punto de abordar el avión sufre una descompensación y es conducido a un hospital donde lo anotan como NN, ya que le habían robado sus documentos.
Escribe Pellegrino que aún no se había reanimado cuando pasó un enfermero que, tras observarlo, exclamó: "¡Qué parecido a Zitarrosa!".
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